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EL AREOMUERTO DE TEXOCCO Y EL MILAGRO ANTINEOLIBERAL DE
JUAN DIEGO
Si Zapata
viviera, en su madre los pusieera"
Un campesino de San
Salvador Atenco
La
última semana México vivió dos acontecimientos memorables. La visita del papa Juan
Pablo II para canonizar al beato Juan Diego ( Que según la tradición católica mexicana
es el primer indio al cual se le apareció la virgen María), y la cancelación al día
siguiente de la partida del papa, del proyecto del aeropuerto internacional de Texcoco;
multimillonaria obra que el gobierno foxista trató de impulsar contra viento y marea en
una región de tierras ejidales ( comunales) donde sobreviven los últimos campesinos
habitantes de la periferia metropolitana del
Distrito Federal.
Los
dos hechos están enlazados, pues la visita del papa y el beso al anillo del pontífice
que realizó públicamente el presidente Fox hizo tambalear el laicismo oficial del estado
mexicano, en tanto que la cancelación del proyecto de aeropuerto ante la masiva protesta
campesina que amenazaba desbordarse hacia el centro y sureste mexicanos, ha significado
que efectivamente hay un cambio de estilo en el ejercicio del poder en México.
Un presidente Priísta posiblemente hubiera
recurrido a la imposición y a la violencia estatal para concretar la obra, el presidente
Fox, inspirado por Juan Pablo II y el nuevo santo mexicano, optó por la retirada
estratégica, asumiendo los costos de esa decisión en un país donde no se pregunta mucho
cuando los pobres son sacrificados por el progreso.
Por ello los
campesinos de Atenco, ejido ( comunidad campesina) afectado por la expropiación, que tan duramente pelearon por mantener sus
tierras han considerado que el santo
indígena Juan Diego les ha hecho un milagro, pero además están pletóricos porque le
han ganado una pelea al gobierno. En México el gobierno es percibido por los sectores
populares como una especie de patrón omnipresente, al cual de vez en cuando hay que darle
una apretadita ( confrontarlo) para que no abuse.
Lo cierto es que el
proyecto del aeropuerto de Texcoco, iba a ser la obra monumental del sexenio del
presidente Fox, se convertiría en el símbolo del progreso y la modernización para un
país que no le tiene miedo a la globalización como le gusta decir a Don
Vicente. Tanto el Distrito Federal como el Estado de México se hubiesen beneficiado
económicamente con la nueva infraestructura que se pondría en marcha. Miles de empleos
nuevos, proyectos viales, comercio, inversiones, hasta mejoramientos ambientales que
permitirían una mejor vida a los últimos patos y aves migratorias que sobrevuelan y
anidan en los escasos bolsones de agua, de lo que un día fue, una de las lagunas más
grandes del centro mexicano.
El aeropuerto
reactivaría la economía del centro de la república, pero sería sobre todo, un símbolo
de la globalización a la cual aspira la clase media mexicana y su poderoso empresariado.
Multinacionales francesas y norteamericanas ya se preparaban para concursar en pos de las
obras y se formaban alianzas económicas para fortalecer posiciones. Se había iniciado
también una especulación inmobiliaria en los terrenos y viviendas colindantes con el
futuro aeropuerto y el gobierno priísta del estado de México, se sentía ganador y su
jovial gobernador incluso presidenciable para
el 2006.
Hay que recordar que
el fallido aeropuerto se construiría en la zona oriente del estado de México, la zona
más pobre y más poblada. La frontera entre el Distrito Federal y el Estado de México en
realidad es casi invisible. Los municipios urbanos mexiquenses y las delegaciones Defeñas
( municipios), cobijan a una de las
concentraciones poblacionales más grandes del planeta, más de 22 millones de habitantes.
Por tanto la
construcción del aeropuerto durante cinco años implicaba un cambio sociológico y una
acumulación de capital que podría transformar el desarrollo económico del centro de la
república. Todo estaba previsto y unas decenas de tecnócratas, asesores y políticos se encargaban de afinar el proyecto
final. Pero alguien había olvidado un pequeño detalle, las tierras donde se construiría
el aeropuerto tenían dueño, y estos eran nada más y nada menos que trece ejidos. El
diagnóstico fue fulminante, los campesinos venderían sus tierras vía un decreto de expropiación y serían incorporados al proyecto
final del aeropuerto como trabajadores.
A nadie se le
ocurrió que a lo mejor esos campesinos supervivientes del inmenso monstruo urbano,
auténticas islas en la megápolis que va de Toluca a Puebla, no necesitaban ni tenían
interés en vender sus tierras. Si no lo habían hecho cuando el gobierno de Carlos
Salinas modificó el artículo 27 de la constitución, que desde la época de la
revolución preservaba la propiedad agraria comunal, introduciendo el mercado en las
tierras comunales, menos lo iban a hacer por un criterio de utilidad pública que tenía
todos los visos del despojo.
Al día siguiente de
anunciarse la expropiación de las tierras comunales, los campesinos organizados en
asambleas, con el apoyo de sus hijos que son estudiantes universitarios formados en la
UNAM y la Universidad Agraria de Chapingo, fuertemente influidos por el alzamiento del
EZLN, con la consigna de defender sus tierras
contra la expropiación, alzando como símbolo el machete y dando vivas a Emiliano Zapata
se dirigieron a bloquear carreteras y vías de acceso a sus comunidades.
Había comenzado una
lucha ejemplar contra el poder político y económico, contra el neoliberalismo, contra la globalización que les quitaba sus
tierras, los expulsaba al comercio ambulatorio y en el mejor de los casos los convertía
en mano de obra barata para la construcción del aeropuerto; y con un desalentador destino de trabajadores de
servicios, limpiadores y maleteros condenados a uno o dos
salarios mínimos. Los campesinos de Texcoco decidieron defender su
propiedad, su forma de vida y su futuro como lo hubiese hecho cualquier empresario ante un
decretazo expropiatorio.
Los ejidatarios
rápidamente diseñaron una estrategia que combinaba las movilizaciones con el machete, el
uso de los medios de comunicación, los amparos judiciales y la coordinación con otros
grupos y organizaciones agrarias, indígenas y campesinas, la mayoría de ellas de las
zonas por donde pasaron en caravana hace más de un año los comandantes indígenas del
EZLN durante su marcha a la ciudad de México.
El movimiento fue
creciendo y comenzaron a converger organizaciones políticas y estudiantiles, como el
Consejo General de Huelga de la UNAM agrupación muy golpeada por la represión que
lideró la huelga más larga e irracional que ha tenido la UNAM en las últimas décadas.
También aparecieron unas Brigadas Internacionales del País Vasco, justo ahora que
México ha dejado de ser tierra de asilo para los refugiados políticos vascos ( donde a
veces cuelan algunos etarras) y un misterioso y fantasmagórico Comité de
solidaridad con la guerra popular en el Perú que distribuía panfletos tomados del
Diario de Marka Internacional con una foto de Abimael Guzmán y la consigna, mesiánica y
desafiante de El más grande marxista leninista vivo en el mundo .
El movimiento en ese
sentido amenazaba ser infiltrado, pero a los campesinos eso les tenía sin cuidado.
Lo curioso de la
lucha de los ejidatarios se produjo cuando algunos de los amparos que interpusieron fueron
admitidos por los jueces. Más peso tenía también amparos presentados por autoridades
municipales que se consideraron marginadas del proceso y una controversia constitucional
interpuesta por el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador
contra la decisión de construcción del aeropuerto. Todo ello amenazaba empantanar el
proceso de expropiación por varios meses e incluso años. La judicialización de la
política y el proceso de toma de decisiones era evidente.
Sin embargo lo que indignaba a los ejidatarios era
el ofrecimiento del gobierno de otorgar sólo 7 pesos por metro cuadrado de terreno. Es
decir menos de un dólar. Como el área sujeta a expropiación lindaba los cinco mil
kilómetros cuadrados, el valor total no sobrepasaba los 600 millones de pesos. Era la
parte barata del negocio. La resistencia de los ejidatarios se orientó a rechazar el
ofrecimiento compensatorio. Sin embargo de los trece ejidos afectados alrededor de 10 se
mostraron permeables a vender sus tierras, pues la expropiación no los afectaba tanto, en
cambio los tres ejidos restantes con San Salvador Atenco a la cabeza rechazaron cualquier
tipo de negociación, había decidido no vender sus terrenos.
El caso de San
Salvador Atenco era paradigmático, casi el 75 % de sus tierras serían expropiadas, es
decir la construcción del aeropuerto implicaba su extinción como comunidad campesina.
Algunos juristas comenzaron a hablar de genocidio contra la población de ese ejido.
La lucha en sí la
lideró esta comunidad que en algunos momentos amenazó en convertirse también en una
lucha entre comunidades, pues los ejidos más dispuestos a negociar la venta de sus
tierras, participaban en las asambleas pero por lo bajo, sus autoridades mantenían
conversaciones con el gobierno federal y estatal mexiquense.
La situación tuvo un
punto culminante cuando se hizo pública una sentencia del tribunal supremo ordenando al
gobierno federal el pago de una indemnización a
favor de una familia que había sido expropiada en sus tierras en los años ochenta,
tierras que fueron utilizadas por el gobierno mexicano para construir viviendas e integrar
la creciente mancha urbana del Distrito Federal. Esta familia había lidiado contra el
estado durante casi veinte años sin resultados, hasta que el caso pasó a manos de un
bufete privado, el cual consiguió la sentencia favorable en apenas tres meses.
Hasta allí no había
mayor problema, salvo un detalle. El abogado que defiende a la familia expropiada es nada
menos que un senador de la república, y para mayor abundamiento uno de los líderes más
preclaros del PAN, el partido en el gobierno. Es el mismísimo Senador Diego Fernandez de
Cevallos, más conocido como el jefe Diego . Este hombre cuyo aspecto hace
recordar al emperador Maximiliano impuesto por los franceses a los mexicanos en el siglo
XIX, es además presidente del Senado y futuro presidenciable de su partido. El conflicto
de intereses era evidente.
Pero aparte de la
turbiedad que implicaba reconocer a un senador litigando contra el estado al cual
supuestamente debía defender, haciendo uso de sus influencias políticas en beneficio de
particulares, lo que enardeció a la opinión pública y a los campesinos de Atenco fue el
monto de lo ganado en el juicio. La indemnización que debía pagar el estado superaba los
mil millones de pesos, más del doble de lo que se ofrecía a los ejidatarios objeto de la
expropiación para construir el aeropuerto. Esta situación funcionaba como radiografía,
aparecía exultante la verdadera naturaleza del estado y la explotación del campesino
ejidatario.
A partir de ese
momento los campesinos de Atenco radicalizaron su lucha y sus amenazas, en tanto crecía
la solidaridad interna e internacional con ellos. Las agencias de noticias internacionales
prestaban poca atención al fenómeno, hasta que una violenta manifestación a mediados
del mes de julio que fue duramente reprimida por las autoridades mexiquenses produjo
heridos, lesionados, detenidos, secuestrados y un muerto indirecto ( suena raro pero así
lo relataron los periodistas, el muerto indirecto fue un octogenario ejidatario que
recibió unos golpes de la policía, que se trató en un hospital pero no informó a nadie
que tenía diabetis, pocas horas después, al retirarse a su domicilio murió con un
fulminante coma diabético)
Estos hechos llevaron
al presidente Fox a una suerte de revisión del proyecto de aeropuerto en Texcoco que es
el municipio donde están los principales ejidos afectados. Por otro lado, el consenso
para la construcción del aeropuerto se estaba debilitando hora tras hora. Una encuesta
difundida en esos días mostraba que casi el 70 % de la población consultada estaba de
acuerdo con la lucha de los ejidatarios de Atenco. El PRD estaba en contra del proyecto y
el PRI oficial guardaba silencio, situación que era manifiesta por el enfrentamiento
existente entre el Líder Roberto Madrazo y el gobernador priísta mexiquense Don Arturo Montiel. El PAN seguía apoyando el
proyecto, tanto por lealtad a Fox como por consecuencia con la base social que representa.
La visita del papa en
ese sentido fue utilizada para cambiar el clima adverso que enfrenta Fox por los escasos
resultados de su gestión, y ello exigía una definición respecto al aeropuerto de
Texcoco. Comenzó a filtrar entre empresarios y medios afines que a lo mejor Había
otras opciones y que su gobierno No perjudicaría los derechos de nadie
, sin embargo los funcionarios negaban la cancelación del proyecto y se mantenían
las negociaciones con los ejidatarios más proclives a un acuerdo.
El gobierno subió
entonces su oferta de 7 pesos por metro cuadrado a 50 pesos. Los ejidos más negociadores
dieron casi su aprobación, pero los tres ejidos liderados por Atenco se cerraron a
cualquier oferta, ellos jamás venderían sus tierras, y sin las tierras de esos ejidos el
proyecto se volvía técnicamente inviable. Para el gobierno la salida era entonces la
expropiación forzosa con violencia incluida o la retirada estratégica buscando otra
opción menos conflictiva. Además los tecnócratas difundieron información sobre el
costo de los terrenos y en ellos aparecía que el nuevo valor ofrecido a los ejidatarios
era incluso superior al valor de las tierras expropiadas para ampliar el aeropuerto de
Denver en Estados Unidos.
Finalmente el
gobierno asumió que el costo y el tiempo desarticulaban el proyecto original, y sobre
todo era necesario desactivar el foco rojo de una marea campesina que podría activar a
otros movimientos indígenas y rurales, más aún cuando el año próximo por mandato del
TLC se liberaliza la importación de productos agrarios y pecuarios desde los EE.UU y la
agricultura e industria pecuaria mexicana no está en condiciones de competir. Situación
que se agrava cuando el gobierno americano acaba de aprobar millonarios subsidios a su
agricultura con el claro objetivo de hacerse con el mercado mexicano el año próximo.
Nadie sabe que va a pasar con la pequeña y mediana producción agrícola mexicana de la
cual viven los campesinos y poblaciones rurales.
La cancelación del
proyecto se hizo en el ambiente y clima de la visita papal. Besando el anillo del papa, el
presidente Fox rompía la tradición laica, violentaba la constitución y expresaba su
subordinación a un mandatario extranjero. En la práctica cada vez que el papa llegaba de
visita a México, los presidentes del PRI cuidaban las formas pero no ocultaban su
devoción católica. El gesto de Fox contentaba a la derecha católica mexicana, a la
iglesia y su alta jerarquía, y a los grupos integristas como los Legionarios y el Opus
Dei.
Cancelar el proyecto
de Texcoco al día siguiente de la visita de Juan Pablo II mataba cualquier
polémica sobre el gesto de Fox de besar el anillo papal.
Lo acontecido en
Atenco se suma a otros movimientos latinoamericanos como el frente regional contra las
privatizaciones en el sur peruano, son movimientos contra una forma de hacer política y
contra el neoliberalismo autoritario que no dialoga sinó impone. Es una expresión que
nuevos actores sociales haciendo uso de la legalidad y con estrategias bien diseñadas
derrotan a esta forma de globalización excluyente impulsada por la élite transnacional
mundial.
Pero no perdamos de
vista, que los alcaldes del sur peruano no estaban en contra de la privatización sinó en
contra de la forma como esta se realizaba, prescindiendo de las regiones. No olvidemos que
los campesinos de Atenco no estaban en contra del progreso sinó en contra de la
imposición. Estos actores están convirtiéndose en una fuerza que desea y aspira una
modernización incluyente.
El fenómeno del voto
por Evo Morales en Bolivia, los movimientos
sociales que afloran en la Argentina tras la crisis, son manifestaciones más radicales,
donde la política pierde su capacidad de integración y la sociedad comienza a buscar
formas alternativas de acción social. En Brasil y Perú las elecciones próximas
contienen este proceso o tal vez lo posterguen. Lo cierto es que la política y los
sistemas de partidos deben redefinirse, de lo contrario seguirá ahondándose la
percepción social que constituyen una nueva forma de oligarquización del poder
político.
El modelo neoliberal
ha fracasado rotundamente no sólo en lo económico sinó en lo político. Pero la
solución no pueden ser las viejas formas de acción estatal sinó propuestas incluyentes,
pactados y concertados donde el rol promotor del estado se revindique, pero también donde
el mercado y la sociedad civil actúen con eficacia y democracia.
Tal vez los milagros
no existan, pero Juan Diego le dio un empujoncito a la lucha de los campesinos de Atenco
por su tierra y su dignidad.
Eduardo Bueno León
México
DF a 6 de agosto del 2002
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*Sociólogo y Politólogo egresado de la
Universidad Complutense de Madrid. Master en Estudios del Desarrollo por la misma
universidad. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Actualmente es profesor de
la Universidad Iberoamericana del DF, La Universidad Anahuac y la UDLA sede México
DF. Es investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM.
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