Puerto de Palos

MIRADA TRISTE A UNA CIUDAD GRISACEA Y VACÍA

Retornar a Lima luego de ocho años, es regresar a un extraño pasado, porque Lima no cambia en lo esencial y en lo formal.Las ciudades se transforman, pero no sólo por las obras o los nuevos edificios sinó porque quienes la habitan mudan su aspecto, el color de la piel, la forma de vestir, el habla o la jerga. La Lima que he visto hace unos días, es una ciudad de individuos que lo dicen todo con la mirada, con sus silencio, su atropellada forma de hablar, su forma de reír o de imaginar.

                      Esa forma de decir todo y no decir nada, de sustituir el afecto por el curriculum, de multiplicar justificaciones y excusas para la inevitable sanción de los años, es un pasatiempo pesado, monótono y cruel. Los limeños de ahora acumulan muchas vidas en poco tiempo.

                      Uno rápido aprende que hay cosas que no se pueden preguntar por la incomodidad que provocan. ¿ En que trabajas ? o ¿ A que te dedicas ?. Es una buena táctica hablar poco de uno mismo, y refugiarse en los comentarios típicos sobre el ceviche, los anticuchos o el pisco sour, cuyos sabores solamente se disfrutan en el Perú.             

                      Estamos acostumbrados a esa grisura del cielo limeño y a esa suerte de neblina diluida y pegajosa que cubre los litorales de los distritos pegados al mar, pero la Lima de ahora además está sucia, llena de hollín y de un polvo oscuro que se ha pegado en las paredes, los carteles, los techos y hasta en las nubes que están estacionadas. Los carros petroleros son los causantes del desastre, pero son más baratos.

                      Caminar por los viejos lugares es peligroso porque las calles solitarias son como callejones sin salida y porque una ciudad muerta no tiene nada ya de viejo o antiguo. Conservar no va con el mercado.

                      Los nuevos limeños probablemente estén felices con Larcomar, lugar lleno de jóvenes y sujetos solitarios que deambulan entre los cines, bares, lugares de comida rápida, juegos o restaurantes. Para quienes conocimos el hermoso parque Salazar y vivimos a su alrededor, sólo nos queda el recuerdo de las palmeras enanas, los jardines húmedos, la vista del mar oscuro, la puesta del sol al atardecer y los gritos de los niños, el vuelo de alguna gaviota despistada, la figura de algunos deportistas y la vieja caseta de dulces dirigido por unas monjas que preparaban una repostería increíble que no he vuelto a encontrar en ninguna otra ciudad.

                      Alrededor del faro de Miraflores, unos lujosos edificios inteligentes y avispados deportistas en parapente volando entre el faro, las lunas oscuras de los edificios y el borde del acantilado, de un fogonazo borran las imágenes de los niños recogedores de basura de los cuentos de Ribeyro.

 

                      Los ricos hace mucho tiempo que se mudaron de Miraflores, ahora viven atrincherados en urbanizaciones cerradas o edificios inexpugnables. Los que se quedaron se acholaron, obligados a convivir con la marea andina alimeñada y exitosa que ha ocupado los barrios pintorescos y pequeños, convirtiéndolos en negocio, o abigarrándolos. Este emblemático distrito está ocupado cada vez más por oficinas pero está muy lejos de ser nuestro Wall Street.

                      A esta ciudad le ha pasado lo mismo que a todas las urbes latinoamericanas, ha crecido a niveles dantescos, se ha modernizado en sus emblemas urbanos, pero su gente vive temerosa, resignada, apurada, con la fantasía ya no de conseguir un visado, salirse o mejorar, sinó de sobrevivir, o al menos de intentar mantenerse a flote. Los que se rindieron víctimas de la anomia se fueron con su amargura a cuestas. Morir en Lima es triste, sombrío, doloroso. En México a veces entierran a sus muertos con mariachis y tequila, en un remedo sentido de lo que hacen los afro americanos en Nueva Orleáns. Los cementerios de Lima, como el Ángel, es la más aproximado al infierno por lo tenebroso y sin embargo, en sus pasillos, sucias paredes, flores marchitas se ve a la Lima que está fuera de sus muros.

                      Lima es la única ciudad donde es difícil encontrar diferencias entre sus cementerios y la ciudad.

                      Y sin embargo su gente sigue avanzando, a poquitos, casi sin darse cuenta. Hasta aquellos que ya derrotados por la vida, se encierran en sus microcosmos y siguen creando alguito. Ya sea el tendero, el taxista, el policía, el burócrata,el maestro, el tinterillo...todos en su pequeño mundo enfrentan la tristeza con esa alegría oculta que aparece como una venganza contra la pobreza y la monotonía.

                      Los taxistas son los reporteros del mundo,y en todas las ciudades uno se encuentra con esos personajes parlanchines, adustos o neuróticos que se conocen las calles de memoria y hablan sin cansarse. Pero los de Lima, tienen un carácter especial, están dispuestos a dar su opinión casi sin consultárseles, tienen necesidad de hablar, de protestar, de ilusionarse, de aprender, de comunicarse.

                      La nueva idiosincrasia es así, busca expresarse, ser alguien, ser reconocido.

                      Esta nueva Lima no es como en los años ochenta, cuando la ciudad era un mar de energía, donde la violencia era un agobio cotidiano, pero donde también la idea de lo colectivo, del cambio y de la utopía estaba presente. La ciudad en los ochenta era una ciudad política, de actores y sujetos como decían los sociólogos de la época.

                      Se aspiraba a un nuevo orden decían los optimistas, y en realidad lo que se exigía era que al menos el orden existente funcionara. De allí que desde la izquierda y la derecha todos se fueran contra el Estado, sin reparar que el desarrollismo y el populismo no tuvieron tiempo para culminar la tarea que en otras regiones hermanas cumplieron en su momento.

                      Porque ese es el signo del Perú, llegar tarde a los grandes procesos de cambio mundial.

                      Y algo que de verdad lacera es ver como los valores se han volatilizado. Diera la impresión que en el Perú, las religiones no tienen nada que hacer. Se vive en todo caso una gran simulación.Y el correlato en la política, es el vergonzoso transfuguismo de la izquierda a la derecha.No deja de ser estremecedor el paso de los antiguos mariateguistas por el poder. Salvo honrosas excepciones la mayoría son burócratas-toledistas, es decir inútiles neoliberales étnicos  o miembros de una nueva oligarquía rentista llamada " red de ONG´S ". Y que poco tiene que ver esto último con los movimientos liderados por las ONG´S en el mundo desarrollado.  

                      Cuando visité la ciudad de paso en 1994, también después de seis años de ausencia, Lima me pareció que vivía eso que alguien llamó falsa modernidad. Había orden, pero no el orden que permite la acción individual y social, sinó un orden sin política, sin actores, con una enorme mediocridad y consentimiento con el autoritarismo. Era un ambiente irrespirable, donde nadie estaba a la altura de los desafíos existentes y la conversación giraba en torno a la nueva utopía : migrar del país.

                      En esta Lima presente, hay satisfacción por la caída del régimen, más aún en quienes tuvieron que jugársela en las calles, pero también hay incertidumbre, desconcierto, desorientación.

                      El partido aprista es un ejemplo, nadie está seguro de nada. La inmensa mayoría reconoce en Alan García el líder necesario, pero hay temor a que ese liderazgo engendre procesos inmanejables. Es común la pregunta entre los apristas, ¿ Ha cambiado ? ¿ Sigue siendo el mismo ? Esta suerte de esquizofrenia evidencia justamente dos cosas, que el líder aprista no ha logrado convencer a su gente acerca de un nuevo proyecto, y también evidencia que los miembros del APRA en todos estos años no han logrado crear nada nuevo o renovador para acercarse al líder.

                      Porque finalmente en este momento de la historia política, Alan García es el principal puente que tiene el APRA para acercarse a la sociedad peruana traumatizada con la cleptocracia, presidentes fugitivos y líderes incompetentes. Y posiblemente el ex presidente tenga rasgos de su personalidad que a muchos no gusta, pero que son los rasgos de los líderes de masas, de los grandes comunicadores y relación carismática. Pero Alan aporta también racionalidad al desorden, salidas a las coyunturas críticas, visiones de largo plazo, percepciones de su experiencia vital desde el exilio y desde la profundidad de su conocimiento del país.

                      La desconfianza hacia Alan es el síndrome de quienes vivieron la década de los ochenta y los noventa, como una gran ilusión y un gran fiasco. Lo que tiene semi paralizada al APRA es no haber superado esa contradicción porque se considera no hubo ejercicio crítico sobre el propio gobierno presidido por Alan García.

                      Ello sin embargo se ha convertido en un estado de ánimo conspirativo que muy poco aporta al debate interno, pues escasos apristas defendieron lo positivo que tuvo el gobierno de Alan, en una suerte de sentimiento culposo, ante la anarquía que produjo la hiperinflación. Muchos apristas fueron llevados al discurso que desde el poder mediático y económico exigía el deslinde con Alan. De esa época ha quedado la percepción que todo lo malo puede regresar sino se hacen los contrapesos necesarios.

                      Otro aspecto es el estancamiento en que se encuentra el proceso de modernización, del cual hay una opinión mayoritaria positiva, pero muy pocos saben como desarrollarla o hacerla avanzar. No creo que sea responsabilidad de los dirigentes, ya sacrificados en la tarea partidista cotidiana, ni en los parlamentarios metidos en la coyuntura. Es un problema de todos los apristas sin exepción.Pero, en el partido no se avanza si el líder no da la orden. Así era el partido con Haya de la Torre y así es con el liderazgo de García.

                      Y sin embargo el propio García espera y desea que de los apristas, los viejos o los recientes surjan las ideas, los impulsos y las capacidades para emprender el reto de la modernización. Y lo dramático es quizás constatar que los apristas discuten mucho, pero son incapaces para emprender la modernización desde abajo.

                      En las próximas elecciones estaremos viendo, como el APRA retorna a un 25 % ó como desciende a menos de 15 %. O veremos también como, el liderazgo de García vuelve a llevar al PAP a niveles sorprendentes.Otra vez no hay certidumbre de nada.

                      Sin embargo ese no es el tema, pues un PAP victorioso, no le importa a la sociedad peruana. Los peruanos no apuestan por partidos sino por actores políticos, llamados caudillos, líderes o jefes.A lo mejor los partidos " militantes " sirven de muy poco en un país de antipolítica que constantemente se plantea el tema del orden.

                      En realidad en el APRA la " militancia " era consecuencia de la creencia en la revolución, de aquellas que tomando el poder solucionaban todos los problemas. Esa " militancia " que hizo sobrevivir al partido en la clandestinidad y la persecución,y que dio origen a una " militancia " distinta de los partidos comunistas. El APRA creo una comunidad que se sentió vanguardia de la lucha por la justicia y la integración de América Latina.

                      Y esa comunidad aprista, la auténtica y genuina militancia democrática que integraba al profesional y al campesino, al obrero sindicalista y al universitario, a la clase media alta y a los de abajo, al migrante y al urbano, esa comunidad ya no existe, salvo en el discurso, el temple y los principios de los viejos apristas.

                      La sociedad peruana se fue informalizando y lumpenizando y ese no es un proceso que sea ajeno al partido. Al desdibujarse el rostro de las clases sociales, polarizándose la sociedad entre quienes tienen empleo seguro y bien rentado y quienes no lo tienen y sobreviven, se minaron  las bases de integración policlasista. La " militancia " sin comunidad, es una coartada para los pirañas de todo tipo. Su expresión son las maquinarias autoritarias que usan la retórica y el serrucho para justificar sus acciones.

                      Esta Lima de hoy deja poco margen para la nostalgia. Hay individuos no ciudadanos; hay gente que sobrevive no trabajadores productores; hay discurseadores no intelectuales; hay gente sedienta de poder no políticos; hay manipuladores no comunicadores; hay explotadores no empresarios;hay pedigüeños no militantes.

                      Y sin embargo, que generosidad de aquellos que han dado su juventud y madurez para mantener sus viejos ideales, que creatividad de quienes sobreviven sacando de la nada alegría y gozo, que 

admirable  lección nos dan quienes luchan cotidianamente contra la mediocridad y buscan echar luz en esta ciudad gris y vacía.

                      Si tan sólo fuera por ellos, valdría la pena regresar.          

                      Eduardo Bueno León

                      México DF a 17 de septiembre del 2002

     

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*Sociólogo y Politólogo egresado de la Universidad Complutense de Madrid. Master en Estudios del Desarrollo por la misma universidad. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Actualmente es profesor de la Universidad Iberoamericana del DF, La Universidad Anahuac y la UDLA – sede México DF. Es investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM.

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