PERU ¿TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A
LA HUELGA
Por Eduardo Bueno León *
HUELGA Y AUTORITARISMO
Perú ha vivido esta última semana una
auténtica ola de protestas populares, sindicales y regionales que han
provocado suspensión de clases escolares, cortes de carreteras,
movilizaciones campesinas y urbanas, marchas y su secuela de contusos,
fallecidos, heridos y detenidos. Desde el famoso “arequipazo” contra la
privatización de dos empresas eléctricas sureñas en el 2002, no se vivía
una polarización tan abierta y confrontacional.
Las protestas populares en el Perú desde
el famoso paro de julio de 1977, que obligó a la dictadura militar a
plantear la transición a la democracia, siguen un libreto más o menos
conocido. Se denuncian las condiciones de trabajo o las condiciones
económicas, se vive un clima de malestar social, comienzan
movilizaciones sindicales, el poder político gobernante no acepta
dialogar reafirmándose en un discurso triunfalista o amparado en el
principio de autoridad, y una decisión de tipo legal, legislativo o
estatal termina provocando un efecto de síntesis en cuyo liderazgo se
organiza una coalición de grupos, dirigencias y actores, los cuales
convocarán una huelga o paro de mayor o menor intensidad, según las
circunstancias.
Bajo el fujimorato, estas movilizaciones
no lograron organizarse eficazmente, porque entre el gobierno y los
actores antisistémicos se asentó una amplia capa social tolerante con el
autoritarismo. La represión del movimiento sindical, la desarticulación
de los movimientos laborales, la hegemonía empresarial y una política
populista de inyección de recursos producto de las privatizaciones (otra
parte se fue en corruptelas) desmovilizó a los movimientos locales y
regionales. Y porque la llegada del fujimorismo al poder fue también
consecuencia de un abuso de la protesta, de una desorganización
permanente del orden público, de una violencia social y discursiva que
terminó agotando la reserva de tolerancia social que sobrevivió bajo el
primer gobierno alanista.
DOBLE RACIONALIDAD SOCIAL
Las actuales movilizaciones populares son
una continuidad de lo que ya se expresó en las elecciones regionales y
locales de noviembre del 2006. El partido de gobierno fue
humillantemente derrotado, perdiendo diez de los trece gobiernos
regionales que ganó en el 2003. Y estos resultados totalmente
antitéticos, a los resultados de las elecciones presidenciales llevadas
a cabo entre abril y junio del mismo año, confirmaron una vez más, que
la elección del Presidente Alan García y la derrota de su partido seis
meses después, responden a una doble racionalidad social y política
entre las clases populares. Lo mismo aconteció con Toledo y el
arequipazo. Ganó las elecciones, pero perdió ante la protesta social.
Por ese camino marchará el segundo alanismo sino se hacen los
correctivos oportunos, sobre todo sus alianzas.
Los sectores urbanos votan en elecciones generales por opciones de
centro izquierda (Toledo, García) o derecha neo populista (Fujimori).
Pero en elecciones locales o regionales la tendencia se orienta hacia
actores con capacidad de articular las demandas locales (APRA en el
2003, Frentes Regionales en el 2006).
Sin embargo desde que se implantó con
violencia y fraude el modelo económico actual, primero con el fujishok
(auténtico detonante de la emigración masiva de peruanos) y luego con
las privatizaciones que se dieron después del autogolpe de 1992, todos
los gobiernos electos le han dado continuidad al modelo, realizando
correcciones sociales (Toledo) o de impacto desarrollista (García). Pero
el esfuerzo es inmensamente inferior a las espectativas, como lo ha sido
con todos los gobiernos latinoamericanos que han seguido esa vía, como
México, Colombia, Brasil, Chile, Republica Dominicana, Centroamérica. Es
una especie de neoliberalismo con claroscuros.
El problema surge inmediatamente, se ofrece una alternativa al
neoliberalismo y se termina haciendo lo mismo con correcciones. El
“Cholo liberalismo” de Toledo y “La otra modernidad” de Alan García
resultaron tímidas pinceladas que no modificaron la matriz económica
basada en una macroeconomía sustentada en un ajuste permanente,
privatizaciones de alto riesgo, y una apertura comercial al estilo TLC.
El “chorreo” nunca llegó en el caso de Toledo, y amenaza no llegar en el
caso de García. Lo que si se produce son ganancias empresariales
extraordinarias concentradas en la banca y el sector minero. Los
beneficiados no recibieron chorreo, sino una auténtica lluvia de
ganancias. El resto de los peruanos, en términos de salario real incluso
involucionaron.
En estas condiciones renace el rechazo a la política
institucional hábilmente soliviantada por los medios de comunicación de
la derecha que no desean ampliar y mejorar la democracia sino
restringirla, para asegurar el ajuste económico y neutralizar
desviaciones “nacionalistas” o “populistas”. También se hace lo mismo
con los sindicatos, organizaciones populares y movimientos regionales.
Si la política se desacredita y no se cumplen los programas ofrecidos, y
se habla durante un año que “Perú va bien” y se reiteran hasta el
cansancio indicadores de inversión y tasas de crecimiento, como si Perú
fuera Chile, el sur de China o
la Europa
meridional, es obvio que los peruanos que viven en la precariedad y la
sobrevivencia mínima, se harán una sencilla reflexión: Si la economía va
bien y yo voy mal ¿Quien se está llevando la parte que me corresponde?
Ello reactivará el malestar social y la exigencia de
justicia hará catarsis con alguna huelga nacional o movilizaciones
regionales. En una reciente encuesta de
la Universidad
de Lima, al evaluarse la calificación de las políticas sociales, los
porcentajes son negativos, se definen estas políticas como
“regulares-malas” : la política laboral (76%), el combate a la pobreza
(75%) y la educación (60%). Es decir los peruanos no creen que se esté
produciendo alguna política de redistribución. Si a ello le sumamos que
el gobierno por razones de austeridad ha reducido el gasto en
comunicación social y no informa adecuadamente sus logros, y se enfatiza
sólo los indicadores de crecimiento, es indudable que están dadas las
condiciones para la protesta, y no se considere el efecto que esto pueda
tener en el crecimiento, pues no se nota en el bolsillo.
Ahora más que nunca, la legitimidad ganada en una
elección presidencial, puede desvanecerse si las espectativas generadas
son frustradas, y el tiempo político agotarse para el régimen
institucional. Al respecto la encuesta nacional de
la Universidad
Católica muestra un cambio drástico de la tendencia a favor del gobierno
y una caída en las preferencias en un año de más de 20 %.
REORGANIZAR
LA LEGITIMIDAD
DEL ESTADO
El gobierno ha tratado de focalizar la protesta en torno a
la demanda del SUTEP de rechazar una reciente ley sobre el magisterio. A
las demás protestas las descalifica por desestabilizadoras o dirigidas
por extremistas. La ley de la carrera pública magisterial es
perfectible, y no se ha logrado convencer a los maestros que es un
esfuerzo por aumentar la calidad de la enseñanza, y no una escalera
meritocrática que les quitará tiempo dedicado a otras actividades con la
cual cubren el presupuesto familiar. Para colmo de males, un ministro
“Tacherista” los ha llamado “vagos” y el Presidente de
la República no
se ha ahorrado en calificativos típicos de la guerra fría. La conculción
del derecho de huelga argumentado por el SUTEP, puede incluso ser
consultado por la OIT. Es decir no tenía porque llegarse a una situación
de confrontación tan abierta.
La CGTP ha aprovechado la movilización de
los maestros para plantear reclamos que pueden englobarse en la
exigencia que se cumpla la oferta electoral que se ofreció en el 2006.
Tal como se hizo en el 2004 contra el gobierno de Alejandro Toledo, en
un paro que resultó a medias y al cual se sumó el APRA y casi todos los
que ahora descalifican la convocatoria de la CGTP. De ese paro poco
exitoso no se ha analizado debidamente algunos hechos. La escena de la
“patadita” con la cual se hizo escarnio de Alan García en todos los
medios, era claro que la derecha advirtió al entonces Presidente del
APRA que las cuentas no estaban saldadas. Otro hecho es el rechazo de la
CGTP a que Mauricio Mulder hablara en su mitin. Hubo sectarismo en la
derecha y la izquierda. No es válido entonces el argumento de los
dirigentes de la CGTP que Alan García los ha desconocido, luego de un
noviazgo que incluyó durante algunos años a la ahora vilipendiada Patria
Roja.
Pero menos justificación tiene el haberse
convertido el gobierno, en el defensor del modelo económico que se
criticó durante casi quince años y en la campaña electoral.
Como esta conflictividad, si no se institucionaliza y
regula, puede extenderse más allá de lo que duran los gobiernos
constitucionales, y con el TLC el Perú se queda sin margen de maniobra
alternativa en lo económico, entonces es necesario resolver el problema
de la falta de legitimidad del modelo en un amplio sector del país. En
la citada encuesta de
la Universidad
de Lima, se señala claramente que más del 50 % de los encuestados
consideran que los beneficios del modelo se han concentrado en la clase
alta. Y el sector socioeconómico “D” la tendencia se eleva a 63.5%. Un
alarmante 79.4% de los encuestados indican que en el último año, su
situación socioeconómica se ha mantenido igual o ha empeorado.
Nuestra clase política no ha logrado
organizar un consenso mínimo para renovar la legitimidad de las
instituciones. Si estas tuvieran el reconocimiento social, la
conflictividad tendría un espacio institucional de resolución. Y no como
ahora en que el “diálogo” se da a través de los titulares de medios y
noticieros, abundando las amenazas, insultos y provocaciones. Pero esto
es responsabilidad de la clase política y los actores que dirigen las
instituciones. No es tarea de ninguna ONG o de algún “sistema de
prevención de conflictos” que ha sido propuesta por la izquierda caviar,
siempre a la caza de alguna oportunidad para vender asesorías.
EL APRA: ACTOR AUSENTE
La situación del Partido Aprista es
penosa. Faccionalizado, desmovilizado, dividido, desarticulado de los
sectores populares y regionales, desorientado ideológicamente y sometido
a un proceso de exclusión de la administración pública, jugando a veces
con la escopeta de los dos cañones como en el caso de la extradición de
Fujimori o imposibilitada de zanjar con el mantillismo. El Aprismo
realmente está en la periferia de la política peruana. Es el más claro
ejemplo de delegación carismática que anula la vida organizativa, la
democracia interna, el debate ideológico y la relación partido-gobierno.
Lo que acaba de acontecer en los últimos
días en que se han producido destituciones y reestructuraciones, no
tiene la menor importancia y es totalmente irrelevante para el país. El
APRA simplemente dejó de ser actor político, desapareció o la
desaparecieron. No cuenta con presencia institucional en casi ningún
ámbito ni del estado ni de la sociedad civil. Y lo peor es que ni los
propios apristas saben como salir del atolladero, cuando la fórmula es
muy sencilla: dejar de lado los tutelajes y funcionar como una
organización política, que tiene ideario, programa y un discurso
crítico.
Y esto obviamente no favorece al sistema
político, porque si los partidos se transforman sólo en maquinarias
electorales, donde la militancia se convierte en algo parecido a un
ejercito de mano de obra barata para las elecciones, la democracia se
rutiniza exclusivamente en campañas mediáticas movilizadoras de voto,
entonces se pierde el vínculo permanente y ciudadano que debe existir
con la sociedad civil y la capacidad para canalizar demandas y reclamos
sociales, para organizar las espectativas en planes de futuro, o al
menos en algo cercano a partidos que prestan servicios sociales.
De estas condiciones, surgen los discursos
anti institucionales sobre la fragmentación, democracia sin partidos,
vacío de régimen, entre otros y tan funcionales al neoliberalismo
tecnocrático. Y la falta institucional de contrapesos políticos, genera
una concentración del poder estatal en grupos fácticos no elegidos ni
legitimados socialmente.
La abdicación de los partidos refuerza el
“movimientismo” la lógica de la protesta, la denuncia, la confrontación
abierta. El espacio público donde se confrontan proyectos políticos e
ideológicos es sustituido por escenarios parecidos a los que se está
dando en estos días. Gobierno y huelguistas enfrentados, con riesgos
evidentes de militarización, violencia social, bloqueo del país.
NI MANO DURA, NI MANO BLANDA
El método para evitar la lógica del
conflicto es la democracia deliberante y eficaz en sus resultados. Luego
de la algarada, se deben aterrizar soluciones, pues incluso las
organizaciones sindicales, saben perfectamente que sus bases quieren
también eficacia tras la movilización, y ello se consigue dialogando. Y
en el diálogo nadie gana, todos pierden algo, pero gana la república.
Plantear juegos de suma cero como en los años 70 y 80 llevó a las
organizaciones sindicales a su casi extinción en los años 90. La
democracia sin fujimorismo, les ha devuelto un rol que deben cuidar.
Un gran error de Fernando de
la Rúa en
Argentina fue cambiar de programa de gobierno sin darle ninguna
explicación a los que habían votado por el y por la coalición que lo
llevó al gobierno. Jamil Mahuad en Ecuador creyó que el ejército lo
apoyaría hasta el final y al final el ejército se declaró neutral ante
el riesgo de una cuasi guerra civil y de paso le cobró lo que los
militares siempre consideraron una pésima negociación con Perú. Gonzales
de Losada en Bolivia tenía la fuerza institucional, pero no la lealtad
de su vice presidente, ni la aceptación de quienes controlaban a los
movimientos sociales y étnicos. Una jornada de protesta salvajemente
reprimida causando ochenta muertos fue el detonante para que emergiera
un movimiento popular que no se detuvo hasta que huyó del país. Ningún
boliviano que le votó salió a defenderlo.
El Presidente García debe sacar sus
mejores talentos comunicativos y políticos para abrir un debate en el
país, sobre el modelo económico, el TLC y la necesidad que se construya
y pacte una legitimidad para mantenerlos o cambiarlos. Su apuesta fue
clara: mantener el modelo económico y el TLC. Le toca entonces a su
persona construir esa legitimidad y dejar que en su partido se decida si
lo acompaña o no. Y permitir que los peruanos y sus instituciones
sociales decidan si aceptan el modelo tal como está o lo modifican.
La pequeña Costa Rica realizará en octubre
un referéndum para aprobar el TLC con EEUU. Es mejor esa vía a la
imposición tecnocrática, que en última instancia está en el reclamo de
la protesta de los peruanos que no aceptan un esquema del cual se
desconfía. A lo mejor ya no es posible hacerlo en el Perú, entonces
vayámonos acostumbrando a que las movilizaciones serán pan de cada día,
y que ojala el TLC funcione y nos convierta en una potencia económica
sudamericana en diez años, de tal forma que comercio asimétrico y ajuste
sobre los salarios y el gasto, con un valor agregado en nuestros
productos que los definirá el mercado, nos libre para siempre de la
pobreza y el sub desarrollo.
Pero si las cosas no resultan, vayamos
pensando que vamos a hacer con un incremento en la pobreza y la
violencia que se instaurará en el agro, el campo, y las grandes
ciudades. Vayamos pensando que vamos a hacer con las inversiones
chilenas que dejarán de hablar de negocios para hablar de derechos
adquiridos, y sobre todo, ojalá tengamos democracia cuando esto ocurra.
México DF a 12 de julio del 2007
Imprimir
Artículos anteriores
*Sociólogo y Politólogo egresado de la
Universidad Complutense de Madrid. Master en Estudios del Desarrollo por la misma
universidad. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Actualmente es profesor de
la Universidad Iberoamericana del DF, La Universidad Anahuac y la UDLA sede México
DF. Es investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM.
![www.PuebloContinente.com](files/izquierda.gif)
![Volver](files/reward.gif)