Un Cuento en Huelga SHILKA se fue con otro hombre. ¡Shilka mía! ¡Shilka mía! ¡Shilkacha! La guitarra gemía tan desesperadamente que la sombra un instante atropelló las paredes. Hombre abandonado, ¡qué triste es ser sólo! La gran soledad creadora desenvolvía su recuerdo para ver a Shilka como la primera vez en la fiesta de Santiago, bailando en la plaza mayor con las cornetas de carrizo en cuya garganta el viento duele y aúlla como los perros de media noche. Era tan linda, que sus pechos, como las piñas, picoteaban el deseo de los chutillos que se emborrachaban para gritar como faunillos de acero alrededor de las vírgenes indias que reían como los venados espantados, desbordándose junto con las cornetas que herían el tiempo para amarrarse entre pajonales y peñascos, hasta ensangrentar las banderas del pudor y regresar al día siguiente a casa de sus padres con el novio cazado en la noche. Shilka fue una de esas indias que tenía los labios como el sol del crepúsculo, con el cuerpo moreno de cactus floreado en los dientes. La Shilka, pura e ingenua como una mazorca de maíz blanco. Cuando el Gobernador hizo la cacería de su Juan para enrolarlo en el ejército, rodando con su pena llegó a la casa de éste, y se humilló hasta que violaron sus mejillas unas acequias de agua transparente. Juan marchó a la capital. Al día siguiente, el Gobernador visitaba la estancia de Shilka, llevando consigo dos botellas de aguardiente. Esa noche la hizo brincar de terror y bebió amenazada por la cárcel. Más tarde la Shilka parió un hijo del Gobernador. Cerca de su choza hizo su nido un pájaro agorero que lloraba todas las noches. Pasó el tiempo y Juan no regresaba. La Shilka se iba a los cerros a enredar su canto con los arbustos que cogía para la merienda. Una tarde, cuando la noche bajaba por las montañas, llegó Juan. ¡Cómo se abrazaron! Zapateaban de alegría sobre sus corazones quemados de hielo puneño. Pero la Shilka, esa misma noche tiró todo su cariño y Juan al río que corría como un potro blanco en el fondo. Se sentía indígena. Al rayar la aurora, la garganta de los pájaros es el reloj de los campesinos y Shilka se marchó sin decir una palabra. La guitarra, la compañera que nunca abandona, se moría bañada por la granizada que caía de los ojos de Juan. SERAFIN DELMAR. Nota: Obra literaria reproducida de la Revista "CLARIDAD" de mayo del año 1936, por Lino Cerna Manrique, editada en Homenaje al más grande escritor de América, quien corría el riesgo de ser fusilado por sus ideas políticas. |